lunes, 21 de junio de 2010

barro, tal vez.-

A mi viejo le gustaba Goyeneche pero más todavía Julio Sosa…
(naranjo en flor, uno, taquito militar …)

Los domingos y el resto de los días al atardecer ponía los discos en el combinado Y se sentaba …

( mate amargo : el de asta de no se qué o un porongo con virola dorada un termo plateado con lomitas horizontales –que ahora venden como retro - y un tapón de corcho con doble pico )

........... con una plancha, una radio, un algo para arreglar… en el sillón tijera de madera y cuero o en el juego de jardín de hierro bajo la parra.A mi viejo le gustaba escuchar las carreras de autos en el combinado los domingos y yo le cebaba los amargos mientras la casa se perfumaba de algún estofado para las pastas –nunca ravioles- amasadas en la mesa naranja y redonda de fórmica - ahora sabemos que no hay como la madera para estirar la masa de los tallarines tal cual lo hacían nuestras abuelas.

Las carreras de autos y el boxeo escuchaba o miraba mi viejo –Fittipaldi y Nicolino Loche no se me olvidan- porque me hacía decir esos nombres en su falda incluso antes que Nabucodonosor que me hacía practicar mi mamá porque era parte del test al ingresar a primer grado: haber pronunciado bien Na-bu-co-do-no-sor te hacía apto para ingresar la escuela… Nabucodonosor repetido dentro de una salita que me parecía oscura mientras se cumplía el oráculo: la señorita me miraba detrás de sus anteojos y me decía Nabucodonosor y yo repetía de manera perfecta mientras en mi cabeza retumbaba Fi-ti-pal-di y Ni-co-li-no-lo-che practicado tantas veces con mi viejo sólo para contradecir el mandato matriarcal y docente con esa media sonrisa simulada que lo acompañaba a veces.

A mi viejo le gustaba ponerse los zapatos bien lustrados y el cinto muy alto con la camisa adentro…

Si pienso en un sonido que me acerque a él –entre miles de sonidos compartidos durante años que quedaron en el olvido- no puedo pensar en otro que no sea el que hacía cuando caminaba sobre los últimos metros de la calle de asfalto. Al llegar a la esquina última antes de empezar la calle de tierra el asfalto tenía restos de arena y tengo el ritmo en mi memoria de sus pasos. Mis brazos hacia arriba para que mis manos lleguen a tomarse de las manos de los dos y mi mirada enfocada en las botamangas del pantalón siempre gris esperando que empiecen a sonar las suelas de los zapatos… cada paso que reventaba los granos de arena sucedía nada más para quedar en mi cabeza … más que el tango, más que el ruido del camión cuando llegaba, más que el de los hospitales, los sanatorios, las ambulancias. No sé si esto sucedió muchas veces o es una trampa más de la infancia donde el tiempo se estira y las cosas sucedieron siempre aunque fuera una única vez que volvíamos de la confitería a la noche de la mano de uno y otro y los zapatos brillosos sonaban en la arena con las luces de la última esquina asfaltada antes de llegar a casa.

Si pienso en un sabor es el de la granadina con soda que tomábamos siempre –otra vez: si fueron muchas, pocas o una sola, la vez que me llevó al bar con sus amigos y me tuvo en la falda con una granadina en la mano mientras él con un vaso corto de vidrio tomaba y hablaba y se reía como no lo hacía habitualmente, realmente me tiene sin cuidado- en el mostrador del salón que estaba antes de entrar al cine en la misma cuadra donde en esos años, supongo, todavía trabajaba con el viejo en la veterinaria frente a la plaza. El abuelo que le traía atados de pucho y pañuelos de regalo para su cumpleaños y que yo observaba azorada arriba de la mesa mientras él sin hablar –como siempre- se iba a su cama o al patio bajo la parra o a la huerta, yo no sé, y lo dejaba a merced de las conversaciones de la nuera.

A mi viejo le gustaba modelar con barro y dibujar caballos y perros –nunca princesas ni hadas madrinas- y solucionarme la falta de camellos en el pesebre con un puñado de barro sacado del terreno baldío de al lado donde íbamos a la siesta y comíamos sandías o nísperos calientes del árbol en verano o moras en primavera para volver con la boca negra delatora cuando nos habíamos escapado por la ventana mientras dormían la siesta.

(evocaciones de barro y arcilla que se reponen en manos que vinieron después)

A mi viejo le gustaba cuando yo me ponía ropa de color amarillo … no tengo nada de ese color. Puede que el martes, cuando acabe el feriado vaya al centro y me compre un pañuelo para el cuello –amarillo como los canarios que criaba mi viejo en la piecita del fondo.-

Siempre me intrigó saber cómo escribía mi tiamadrina, profe de poca estatura, pero de Letras tomar. Nunca en estos 21 años leí un texto escrito por ella, más allá de las dedicatorias que me hacía en los libros que me regaló en la infancia (pavaditas tales como El Principito, de Exupery o La niña que iluminó la noche de Bradbury). En los libros que me regala actualmente ya no me escribe dedicatorias, porque por suerte estos últimos años podemos vernos más seguido, y procuró regalarme otro tipo de dedicatorias: Juana.
Este texto es especial para mi porque es hermoso, porque lo escribió mi madrina, porque es el primero que leo de ella, y porque habla de su padre, que es ni más ni menos que mi abuelo, a quién no conocí, a quién me hubiera gustado conocer, y con quién seguro (estoy segura de pocas cosas en la vida) me hubiera llevado de lujo. (Y seguro nos hubiera divertido meter las manos en el barro, juntos.)

.

No hay comentarios: