jueves, 21 de noviembre de 2013

La costanera

La casa era un completo caos. En esos momentos los perros, que cada día son más, no paran de ladrar.
Margarita lloraba desconsoladamente, se le caían los mocos y tenía las trenzas desarmadas después de todo el día. Franco puteaba porque no quería hacer la tarea, se cagaba a gritos con Mauro y se tiraban algunas trompadas. Por supuesto Lucía no queriendo perder protagonismo, tocaba la guitarra a todo el volumen que le puede imprimir una nena de 11 años a una criolla. Violeta no aguantó más, ya no tenía voz de tanto gritarle a Mauro. El estaba sordo y ciego, salvo cuando se trataba de ver sus películas. Se bañó, se cambió. Los perros seguían ladrando. Se maquilló, después de varios años. Se pintó los labios y volvió a ponerse los lentes de la juventud que siempre conserva en el cajoncito del baño. Se sintió momentáneamente sexy. Luego ridícula. Ya no tengo 21 años. Los dejó. Salió de la casa montada en mil demonios, gritándole a Mauro que no sabía a dónde iba, ni con quién, ni qué iba a hacer. No me esperes a dormir. 

Contó varias vueltas al rededor de varias plazas del centro. Después siguió por la costanera. Bajó y compró un pancho con papas fritas en un carrito. Ya no tenía lágrimas para llorar, y solo cd para escuchar en el mientrastanto. El tiempo pasaba muy lento. Comió el pancho en el auto borrando cualquier rastro de labial.


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