lunes, 14 de junio de 2010

sigue, y termina así:

A la noche se empiezan
a encender las preguntas.
Las hay distantes, quietas,
inmensas, como astros:
preguntan desde allí
siempre
lo mismo: cómo eres.
Otras,
fugaces y menudas,
querrían saber cosas
leves de ti y exactas:
medidas
de tus zapatos, nombre
de la esquina del mundo
dónde me esperarías.

Tú no las puedes ver,
pero tienes el sueño
cercado todo él
por interrogaciones
mías.
Y acaso alguna vez
tú, soñando, dirás
que sí, que no, respuestas
de azar y de milagro
a preguntas que ignoras,
que no ves, que no sabes.
Porque no sabes nada;
y cuando te despiertas,
ellas se esconden, ya
invisibles, se apagan.
Y seguirás viviendo
alegre, sin saber
que en media vida tuya
estás siempre cercada
de ansias, de afán, de anhelos,
sin cesar preguntándote
eso que tú no ves
ni puedes contestar.

P. S.


Vale la pena interrumpir la lectura de Pizarnik si vamos a encontrarnos con Pedro.
Vale la pena leerlo, vale la pena compartirlo.
No vale la pena la sangre derramada por la luz desangrada en vano.
Luz equivocada, pero clara.
Luz que avisa no traiciona
Luz que avisa no traiciona
Luz que avisa no traiciona
Ciertas penas no valen la pena.
La luz no vale la pena, la luz debe valer la alegría,
joder.
Que hoy no me importa lo que somos,
y mañana seremos o no lo que debamos ser,
pero que no valga la pena,
que valga la alegría.
O se apaga la luz.
se apaga.



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